Atlético Junior: ¡Otra vez, se perdió el año..!
¿Sobradores o ingenuos?, el mal de los ‘tiburones’. Vergonzosa eliminación ante un rival de poca monta. Y un árbitro que nos “robó” un gol. Comesaña volvió a defraudar a la hinchada.
¡Inaudito, increíble, impensable..! cualquier calificativo se queda corto para expresar lo que se siente por la eliminación del Junior del fútbol colombiano. Rabia, ira e intenso dolor, impotencia, dicen otros, ante la debacle del equipo en el Estadio Roberto Meléndez.
Sí, es la tristeza inmensa por haber echado al piso la ilusión de una hinchada barranquillera, del Caribe total, de toda una región. Y Lo que sin duda, más duele, es haber caído ante un rival de poca monta, un rival de la B, rival mediocre que acaba de llegar de la segunda división, sin jerarquía, sin mayor ambición que la de permanecer en la división mayor y que encontró en el camino la lotería que le regaló el Junior.
Eliminación que tiene-en nuestro concepto- dos gigantes “chips” de responsabilidades: uno, la bendita creencia que somos los mejores. A lo largo del torneo mostramos el mejor fútbol, ponderado por todos en Colombia. Concepto de hinchas y técnicos, de narradores y comentaristas nos hicieron caer en la trampa. Como aquella vez en que Maturana y Bolillo Gómez se dejaron endulzar por frases de entendidos que aseguraban que Colombia era la gran favorita para el Mundial 94 en Estados Unidos tras la goleada 5-0 a Argentina.
Ese primer chip de responsabilidades que arropó al plantel del Junior y que cambió la mentalidad de tres y más goles al principio del torneo por la conformidad de pretender ganar con diferencia apenas de un gol. Las mieles de triunfos y buenos resultados del comienzo, terminaron en la amarga hiel de derrotas increíbles que dejan honda herida en el corazón de los aficionados.
El segundo gran chip de culpabilidad, repito, según mi criterio, es la del cuerpo técnico encabezado por Julio Comesaña. El domingo frente al América, el entrenador dio una muestra más de no saber dar lectura al juego. O de estar confundido en los momentos claves en los que un técnico advierte el peligro y echa mano de sus mejores armas. Como en el partido ante Flamengo y como sucedió en otros juegos, Comesaña mostró una vez más la indecisión en hacer cambios, especialmente en los momentos claves para defender un resultado.
Ante el América, “el mundo entero” en el estadio pedía a gritos cambios en la formación. Restando 20 minutos y cuando se ganaba 2-1 Junior seguía impotente ante el rival, cediendo todo el campo, con un juego insulso e idiota. Con el manido toque toque y retoque del medio hacia atrás y del ataque al medio y nuevamente hacia atrás. Juego acomodado al rival que no teniendo riesgo en su arco, esperaba solo la oportunidad de dar el zarpazo. Como en efecto sucedió. En los minutos finales.
Todo se lo dio Junior en bandeja al contrario. Con la complicidad de un árbitro como Wilmar Roldán y un línea Wilman Navarro que se volvieron cómplices para “robarnos” un gol legítimo que pudo haber definido el compromiso. Y para señalar faltas inexistentes que aproximaron a los caleños. Se le olvidó al equipo rojiblanco que además de los rivales al Junior en cada partido les toca enfrentar a los árbitros que se constituyen en aliados de los rivales. Por encima de todo eso, el equipo debe entender que para ganar se necesita más de un gol, especialmente si el rival es de Cali, Medellín o Bogotá. Se les olvidó a los jugadores que al contendor hay que “liquidarlo” y no dejarle un hálito de vida. Porque como en el dicho popular: “se han visto muertos recogiendo basura”. Eso sucedió y eso defraudó a un público que gozaba y se hacía ilusiones de la octava estrella. Muy particularmente por la eliminación temprana del Nacional considerado el más peligroso rival en el camino para lograr el título.
Con el camino, supuestamente despejado no estando el Nacional, la gente hacía cuentas del próximo partido ante Millonarios y la gran final bien frente al Tolima o Santa Fe. Tal era el optimismo reinante. Nadie podía creer en la derrota ante un rival tan de menos futbolísticamente. Pero al Junior se le olvidó también que muchas veces el amor propio y la “mística ovalada” son capaces de superar a cualquier obstáculo.
La presunción de ser los mejores, sentirnos sobradores y ser ingenuos, nos volvieron a cobrar y nos vuelve a dejar un fin de año triste y vergonzoso. Nuevamente colocándonos como el hazmerreír de los cachacos.
Las voces y gritos de los hinchas pidiendo cambios. Por Jarlan que parecía medroso y sin aire, por el mismo Chará que había agotado toda su resistencia física. O por el propio Díaz que también lucía disminuido no fueron atendidas. El asistente Arturo Reyes conversaba con el técnico, se les veía hablar repetidamente y se creía en la prontitud de cambios ante el inminente riesgo de un contragolpe americano. Pero nada ocurría. El público entendió que como siempre, Comesaña esperaba que le anotaran un gol para entonces sí, hacer las modificaciones.
La tardanza cobró por ventanilla. América que seguía agazapado, como el gato con el ratón, dejó que Junior jugará al escondite y cuando menos se pensó dio el zarpazo letal. Una vez más nos ratificaba el entrenador que, lecciones, muchas lecciones anteriores, todavía no se habían aprendido. Nos desnudaron otra vez las falencias. Pero sobretodo, nos ratificaron que carecemos de un verdadero equipo de jerarquía, de los llamados grandes, de los que sí se conforman para pelear grandes títulos. Con el convencimiento que para ello se debe comenzar con un verdadero cuerpo técnico.
En Argentina hay un concepto claro y contundente: “el síndrome de los equipos chicos”. Ese parece ser el padecimiento del Junior; comenzando por la dirección técnica. Miedo a ganar, miedo a mostrarnos grandes. Por eso los resquemores y las indecisiones. No creemos en nosotros mismos; no creemos ser capaz de enfrentar a rivales poderosos. Por eso se nos hace casi que imposible aspirar a títulos internacionales. Y a títulos nacionales, como el de esta y otras veces en que el técnico ha sido Julio Comesaña.
Si esta vez no fue, ¿cuándo será? Es la gran pregunta que nos hacíamos los periodistas tras la triste y dolorosa eliminación. La única realidad es que una vez más como en la universidad, hicimos todo el recorrido con buenas calificaciones y al final perdimos el examen definitivo. De nuevo ¡Perdimos el año..!